El fallido marinero hizo películas de 16 mm, grabaciones y escribió bitácoras, pero casi había llegado a mitad del Atlántico cuando comprendió que no sobreviviría un día en «Los Rugientes Cuarenta», mucho menos le daría la vuelta al mundo. Algo ocurrió en ese momento que lo orilló a continuar el malhadado viaje en vez de darse por vencido. Luego de calcular matemáticamente su supuesta posición y asentarla cuidadosamente en una bitácora por separado, interrumpió el contacto por radio para evitar que alguien adivinara su situación mediante las transmisiones continuas que mantenía a través de Portishead. Siguió por el Atlántico Sur evitando las rutas comerciales y en determinado momento, en una acción que violaba las reglas de la carrera, tocó tierra para hacer reparaciones en Río Salado, pequeño asentamiento en la costa Argentina. Después de un tiempo, se limitó a tratar de descifrar la carta de navegación haciendo anotaciones cada vez más incoherentes en su bitácora, abstrayéndose en las teorías de la relatividad de Einstein y en un diálogo íntimo con Dios y el universo.