«De modo que no hay nada que hacer -reflexionó con dulzura-. De modo que este hijo de una gran perra y de los clásicos siete chorros de semen de también siete perros desconocidos nos va metiendo a todos, uno tras otro y con una prisa menor que un año bisiesto, nos va metiendo en su bolsa. Camina desganado contando al mundo su futuro crimen, asesinato, homicidio, uxoricidio (alguna de esas palabras cuando el Destacamento de Policía se acuerda de mí, cuando necesita al médico forense); se pasea por estos restos de Santa María con una carta colgada que apenas le roza el lomo, porque su andar es de malicia y lentitud, un cartel que anuncia en gris y en rojo: Yo mataré. Con esto le basta. Es sincero, no puede decir que deseó la mujer del prójimo porque estaría mintiendo. Su único prójimo es él mismo. Y así, nos va convirtiendo a todos en sus testigos de cargo y descargo: el obispo y Jesucristo, Galeno Galinei y yo, Santa María entera. Y es posible que noche a noche, llorando y de rodillas, rece a Padre Brausen que estás en la Nada para hacerlo cómplice obligado, para enredarlo en su trama, sin necesidad verdadera, por un oscuro deseo de remate artístico.»
Onetti