Jesús

Mucho tiempo después he comprobado que verte hace sonar un ukulele en mi cabeza, con soplidos de cueva y aullidos de coyote. Hablo contigo y un tenango se despliega en el aire, vuelve a bordarse, como los tejidos que las abuelas comparten el día que las sorprendes con una visita.
Quizá no sepas que aquí siempre habrá un café de media mañana que te espera con mi bitácora de viajes abierta, lista para recordar los días en la sierra. ¿Cómo fue que terminamos aquí? ¿Y por qué la gente insiste en hacer caducar los pasaportes? Como si fuera imposible amarnos aunque ya no, ser tiernos aunque ya no, recordarnos de 15 años o de 70.
Bueno, me ha dado por saludar. En algún rincón de universo debía decir que por un instante muy breve, una nada, hoy me vi encerrada en tus ojos negros sin remedio y sé que tú también ahí estabas, junto a mí, cobijados por una sábana de neblina, aparentemente sin ninguna importancia.

M.

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