Dinah Washington cantaba This Bitter Earth en la bocina de la pequeña estación Tambaguchi. Había ahí dos o tres personas más y era octubre y yo me sentía como un androide que de repente se halla en 1980 en una ciudad que da vueltas en si misma.
Quiero decir, que el tiempo estaba detenido y la luz abría las sombras como pidiendo permiso para envolver el silencio.
Le ponía títulos a los objetos como si los fuera descubriendo por primera vez. A las máquinas de té y café Boss junto a la entrada de la boletería, al graznido de los cuervos que te persigue por todo el país, a mi equivocación con los tickets del metro. Me sentaba a tomarme el café en el vestíbulo para mirar a los sararīman que llegaban y partían hacia la calle y enfilaban rumbo a la oficina y al silencio de Kyoto de las siete de la mañana. Todo eso antes de subir al andén que forzosamente estaba vacío y yo me preguntaba ¿qué hago aquí? ¿porqué los lugares solos? y el frío se extendía a mi boca que no había hablado con nadie en días.
Y trenes atravesaban la estación como si ésta no estuviera ahí y entonces éramos fantasmas callados -los dos o tres que estábamos- oyendo el golpeteo de los rieles romperlo todo un rato pequeñito, en que todo se debatía entre la sorpresa y la tristeza de los objetos que se extienden más allá de lo que sabemos.
Entonces me viene el recuerdo de otra persona, alguien en una librería en otra ciudad. Yo la escucho atareada en el almacén y aunque no la veo se que anda buscando libros. Pero eso pasa pronto.
Hacía frío en Kyoto esa mañana a las siete en la estación Tambaguchi y yo era un androide de mirada cuadriculada viviendo en el silencio de la ciudad.
Xiomara
«Quiero decir, que el tiempo estaba detenido y la luz abría las sombras como pidiendo permiso para envolver el silencio».
Es lo más hermoso que he leído hoy.