El vizconde demediado

-Pamela -suspiró el vizconde-, no tenemos ningún otro lenguaje para hablarnos. Cada encuentro de dos seres en el mundo es un desgarrarse. Ven conmigo, conozco ese mal y estarás más segura que con ningún otro; porque yo hago el mal como todos; pero, a diferencia de los demás, mi mano es segura.
-¿Y me destrozaréis a mí también, como a las margaritas o las medusas?
– No sé lo que haré contigo. SIn duda, el tenerte me hará posibles cosas que ni siquiera imagino. Te llevaré al castillo y te tendré allí y nadie más te verá, y dispondremos de días y meses para comprender lo que debemos hacer e inventar modos siempre nuevos de estar juntos.
Pamela estaba tumbada sobre la grava y Medardo se había arrodillado a su lado. Al hablar gesticulaba rozando con la mano su contorno, pero sin tocarla.
-Pues bien: primero debo saber qué me haréis. Bien podéis darme una muestra ahora, y yo decidiré si voy o no al castillo.
El vizconde aproximó lentamente a la mejilla de Pamela su mano fina y encorvada. La mano temblaba y no se sabía si se tendía para una caricia o para un arañazo. Pero aún no había llegado a tocarla, cuando retiró la mano de repente y se puso en pie.
-Te quiero en el castillo -dijo, izándose al caballo-, voy a preparar la torre donde vivirás. Te dejo un día más para pensarlo, y luego tendrás que decidirte.
Y diciendo esto espoleó por aquellas playas.

Italo Calvino

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *