Cuando ya no importe

Cuando salí, tuve la sorpresa de encontrarme a la mujer en la rueda de putas de la vereda, mejor dicho rodeada de putas que la miraban con silencio y amenaza. Tal vez sin propósito, acaso por sabiduría, la luz allí era muy débil y favorecía desengaños de los posibles clientes. Pero no hubo confusión porque ella se me acercó haciendo repiquetear los tacones y mostrando la blancura de la sonrisa.
– No está bien hacer esperar a una dama -dijo con una voz suave y educada, un poco burlona que me puso en guardia. Nada tenía que ver con el hembraje del Chamamé. Me hizo recordar a las amigas de mi hermana, allá lejos, revoloteando en tiempos de exámenes. Pero mi pregunta era quién me la había mandado para provocarme y escuchar algún desliz de mi lengua. Algo así como un espionaje sin peligro, cosa barata de andar por casa.
Le pregunté, tuteándola, cuál era su nombre.
-Ah. Te gusta escuchar mentiras. Esta noche te voy a hacer el gusto. Entre beso y beso te puedo mentir hasta que amanezca. Las mentiras son la única riqueza que tengo. Ya escucharás. Mi nombre es Mirtha, con una hache después de la te.
Era tan linda en la penumbra que me arrepentí de haberla bautizado mentalmente Mata Hari de bolsillo.

Onetti.

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