Contra los poetas

No cabe duda de que la tesis de esta nota: que los versos no gustan a casi nadie y que el mundo de la poesía versificada es un mundo ficticio y falsificado, parecerá desesperadamente infantil; y, sin embargo, confieso que los versos no me gustan y hasta me aburren un poco. Lo interesante es que no soy un ignorante absoluto en cuestiones artísticas ni tampoco me falta la sensibilidad poética; y cuando la poesía aparece mezclada con otros elementos, más crudos y prosaicos, por ejemplo, en los dramas de Shakespeare, en las obras de Dostoievski, de Pascal o sencillamente en el crepúsculo cotidiano, tiemblo como cualquier mortal. Lo que difícilmente aguanta mi naturaleza es el extracto farmacéutico y depurado de la poesía que se llama «poesía pura» y, sobre todo, cuando aparece versificada. Me cansa el canto monótono de esos versos, siempre elevador; me adormecen el ritmo y la rima; me extraña dentro del vocabulario poético cierta «pobreza dentro de la nobleza» (rosas, amor, noche, lirios), y a veces sospecho que todo ese modo de expresión y todo el grupo social que a él se dedica padecen de algún defecto básico.

Witold Gombrowicz.

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