Bajo el volcán

Con una lenta y última mirada abrazó todo el zócalo: la ambulancia vacía que bien pudo no haberse movido desde que ella estuvo allí por última vez, frente al ‘Servicio de Ambulancias’ en el interior del Palacio de Cortés, un enorme cartelón que colgaba entre dos árboles y decía: ‘Hotel Bella Vista Gran Baile Noviembre 1938 a beneficio de la Cruz Roja. Los mejores artistas de radio en acción. No falte Ud.‘ Por debajo del cual volvían a casa algunos trasnochadores, pálidos y agotados como la música que se reanudaba en ese momento para recordarle que el baile proseguía; luego penetró en silencio, parpadeando y miope, en la repentina penumbra del bar, perfumada de cuero y alcohol, y el mar de aquella mañana entró con ella, áspero y puro, con sus largas olas matutinas que se acercaban, se erguían y luego se deslizaban para al cabo hundirse en elipses incoloras sobre la arena, mientras que pelícanos madrugadores que andaban de cacería, girando, se zambullían, se zambullían y giraban y volvían a zambullirse en la espuma, moviéndose con precisión de planetas, a la vez que las olas; agotadas, volvían rápidamente a su calma; a lo largo de la playa se esparcían los pecios: había escuchado a los muchachos que, como jóvenes tritones, desde sus barquillas mecidas por las ondas que bañan la antigua Tierra Firme, comenzaban ya a soplar en sus lúgubres caracolas marinas…

No obstante, el bar estaba vacío.

Malcolm Lowry

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