Yo no sé mucho de cine, ni de ropa, ni de Kant o Pelé. Yo no sé mucho del Wolframio ni de ortografía, tampoco de la caída bursátil ni de la súbita muerte súbita. No tengo ni la menor idea de lo que está a la moda ni de osciloscopios. Es evidente que no sabría diferenciar entre Neptuno y Petunia, acaso en ella están los vientos más fuertes y es azul y él es un inepto que silba al alba. Y es que es bien sabida mi falta de pericia para recordar cosas. Póngase como ejemplo el día que se me pregunta por esas primeras palabras y justo en ese momento empiezo a balbucear, a repetir monosílabos que brincan y se mecen por mi boca como niños-primates y gesticulando me voy haciendo al mundo que acaba de abrirse y dar vuelta en la esquina y mientras los demás apuntan la mirada a otro lado -ellos que lo saben todo y que todo lo recuerdan- yo me voy zig-siguiendo todas esas amnésicas aberturas obscenas de esos cada mundos que me trotan.