-¿Sabes qué es lo mejor? Las mañanas de domingo, en serio. Vas a decir que no, pero las calles vacías, el solecito calentando el asfalto, salir a buscar un café y un pan.
Te escucho mientras miro fijamente nuestras sombras caminando sobre la banqueta. Las proyectan las luces de la calle amarillas, blancas y luego desaparecen bajo nuestros pasos. Pienso que debería tener miedo de caminar por esta ciudad de madrugada, pero caminar juntos me hace sentir la seguridad de lo invisible. Pongo mi atención en la cadencia de nuestros pasos, la sombra de mi cadera, el ritmo del balanceo de tus manos. Nos imagino superpuestos en una sábana muy blanca que huele a sol.
Llegamos a tu casa y nos despedimos de beso con abrazo. Una llama se enciende en ese momento. Qué silencio el de mirarse por segunda vez, después de un roce que nos revuelca las partículas.