La piscina

Ha llegado el otoño, la piscina agoniza en verde oscuro y los libros van afluyendo a ella, flotando en su fracaso, hundiéndose en su prosa mazorral. Siguen abundando este año las novelas de una vulgaridad mal redactada, de una cotidianidad sucia y tediosa. Son novelas como hechas con trozos de otras muchas novelas, mellizas unas de otras, sin ningún contacto con el calambre de la literatura viva. En cuanto a los libros de poesía, fallecen en la piscina los del realismo neoburgués, sin gracia ni condición para los «primores de lo vulgar», sin ambición para otra cosa. Gloriosos ponientes de José Hierro, a quien estos poetas jóvenes vuelven la espalda. Están instalados en una mediocridad ni siquiera áurea, consecuencia del Estado del bienestar y el pensamiento único, muy confortables con su perro, su señora y su cotidianidad. No saben que para lo que hace falta más fantasía es para ver lo real, lo que tenemos cerca. En cuanto al ensayo y el ensayismo, llega a mi piscina muy aforrado de erudiciones, con milicia de corchetes, paréntesis, bastardillas, números y subnúmeros. Casi todo ensayista, salvo excepciones -ayer señalábamos una-, vive de la efusión de sus propios ficheros, sin una idea, sin una audacia, sin una gracia, sin una desgracia, al menos. El ensayo es el género más agradecido para el escritor sin fósforo, pues permite ir barajando la cultura de unos y otros, de unos en otros, compravender ropavejería literaria, mantenerse a flote en la corriente de la cultura entre las palanganas viejas y los centones amarillentos y las millentas naufragadas de otros sabios. Dicen que en España se publica demasiado, pero quienes más publican son los que no tienen nada que decir, todo eso que llena mi piscina invernal de plagios barajados, de escribanos trileros, de erudiciones disecadas. Hablaba Ortega de «lo insostenible y aterrador de la cultura de Menéndez Pelayo», «una cultura que nace muerta por nacer con el prejuicio nacional». Los malos ensayistas de hoy ya no nacen para alimentar el prejuicio nacional, mas el prejuicio europeo, nacionalista, regionalista, provinciano o digital, que también hay mucho ensayismo siglo XXI entre la modernez, mucho McLuhan de almacén, mucho Chomsky de rebajas de otoño. Entre las hojas dolientes de mi piscina, entre los arcángeles flotantes de un verano inolvidable, como todos, cae cada día el pájaro agonizante de un nuevo libro viejo, el ave sin grito de una novela con planteamiento, nudo y desenlace, tres alas que no le sirven para volar. Arrojo el volumen desde lejos, en parábola sobre el green, y observo su hermosa caída curva, su muerte definitiva. Nunca arderá Carmen Jodra en ese infierno helado, ni los clásicos vivos ni esos otros clásicos aún más vivos que son los muertos, tan ternes, inspirados y secos en la biblioteca de la chimenea, que he mandado encender esta mañana, porque me gusta asistir a la contienda de la lluvia con el fuego. Juan Ramón veía a dios «enredado conmigo en lucha hermosa, como un fuego con su aire». Juan Ramón lo sobrevuela todo y era cruel, como uno, con el pecado estético.

Francisco Umbral

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