Acabo de cumplir treinta años. Tras un comienzo caótico, me las arreglé bastante bien con mis estudios; actualmente soy ejecutivo. Analista programador en una empresa de servicios informáticos, mi salario neto supera 2,5 veces el salario medio interprofesional; eso ya implica un bonito poder adquisitivo. Puedo esperar un progreso significativo en el seno mismo de mi empresa; a menos que decida, como otros muchos, irme con un cliente. En resumen, puedo considerarme satisfecho con mi estatus social. En el plano sexual, por el contrario, el éxito no es tan deslumbrante. He tenido varias mujeres, pero durante períodos limitados. Desprovisto tanto de belleza como de encanto personal, sujeto a frecuentes ataques depresivos, no respondo en modo alguno a lo que las mujeres buscan de forma prioritaria. Por eso siempre he sentido, con las mujeres que me abrían sus órganos, una especie de leve reticencia; en el fondo yo apenas representaba para ellas otra cosa que un remedio para salir del paso. Lo cual no es, como reconocerá cualquiera, el punto de partida ideal para una relación duradera.
De hecho, desde que me separé de Verónique hace dos años, no he conocido a ninguna mujer; las débiles e inconsistentes tentativas que he hecho en ese sentido sólo han conducido a un fracaso previsible. Dos años, parece mucho tiempo. Pero en realidad, sobre todo cuando uno trabaja, pasan muy deprisa. Todo el mundo te lo confirmará: pasan muy deprisa.
A lo mejor resulta, simpático amigo lector, que eres una mujer. No te preocupes, son cosas que pasan. Además, eso no modifica en absoluto lo que tengo que decirte. Voy a ir a por todas.
Michel Houellebecq