Vivimos en casas que seguirán viviendo después de nosotros. Entramos en catedrales donde han desfilado, como en el Juicio Final, largas hileras de seres, de generaciones de seres, que ya no están entre nosotros. Todo eso te dice: tú te vas, nosotros nos quedamos. Hemos enterrado a muchos antes que a ti y nos ocuparemos también de esos a los que tú has dado fruto. ¿Por qué, busca al menos una razón de peso, lo edificado en piedra tiene que ser más longevo que lo edificado en carne? No veo en ello ni sentido ni justicia. Me pregunto qué sensación de tiempo y eternidad tendrían aquellos anteriores a nosotros, en la noche de lo primitivo, aquellos que vivían en cabañas perecederas, que sobrevivieron a sus cabañas, a sus fogones, que cambiaban de lugar, que medían en días y noches, en fuegos encendidos y apagados su propia vida… Ellos sí que vivieron eternamente, aunque muriesen con treinta años.
Gospodínov