Los anillos de Saturno

El 14 de noviembre de 1908, al caer la tarde o, como se decía, a la hora del gallo, Kuanghsu, entre tormentos, abandonó la vida. Tenía treinta y siete años en el momento de su muerte. La viuda del emperador, de setenta y tres, que había maquinado de manera tan sistemática la destrucción de su cuerpo y de su espíritu, extrañamente no le sobrevivió ni un día. La mañana del 15 de noviembre, aún con suficientes fuerzas, presidía el gran Consejo, que meditaba la nueva situación en que se encontraban, pero después de la comida, a cuyo término, pese a las advertencias de sus médicos de cámara, se tomó una porción doble de su plato favorito -manzanas silvestres con nata espesa-, sufrió un ataque parecido a la disentería del que ya no se salvó. Hacia las tres de la tarde todo había acabado. Ya vestida con las ropas de entierro dictó su despedida del imperio que bajo su regencia, de casi medio siglo, había llegado al borde de la disolución. Ahora, dijo, cuando miraba hacia atrás, veía como la historia no se compone más que de desgracias y tribulaciones que se precipitan sobre nosotros como una ola tras otra se precipita sobre la orilla del mar, de forma que, a lo largo de todos los días de nuestra vida en la tierra, decía, no experimentamos un solo instante que verdaderamente esté libre de temor.

La negación del tiempo, según el escrito sobre el Orbis Tertius, es el axioma más importante de las escuelas filosóficas de Tlön. Según este axioma, el futuro sólo tiene realidad en la forma de nuestro miedo y esperanza presentes, el pasado meramente como recuerdo. Con arreglo a esta opinión, el mundo y todo lo que ahora mismo vive en él no ha sido creado sino hasta hace unos minutos, al tiempo que su prehistoria es tan completa como ilusoria. Una tercera hipótesis describe reiteradamente nuestra tierra como una pequeña calle sin salida de la gran ciudad de Dios, como un cuarto oscuro, repleto de imágenes incomprensibles, o como una corona de humo en torno a un sol mejor. Los representantes de una cuarta escuela filosófica, en cambio, afirman que todo el tiempo ya ha transcurrido y que nuestra vida no es sino el reflejo aletargado de un proceso irrecuperable. De hecho, no sabemos cuántas de sus posibles mutaciones tiene ya el mundo tras de sí y cuánto tiempo, suponiendo que lo haya, queda aún. Lo único seguro es que la noche perdura mucho más tiempo que el día, si se compara una sola vida, la vida en general o el tiempo mismo con el sistema en cuestión al que esté supeditado.

W.G. Sebald

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